:: liberacion animal :: veganismo :: frutarianismo :: recetas :: ayuno :: lista de correo :: contactos ::

Veganismo, más que una dieta, una ética respetuosa en el trato hacia los animales

Todos sabemos que todo ser vivo tiene sufrimiento pero también se produce mucho más sufrimiento al pegarle un tiro en la cabeza a una vaca que arrancar una zanahoria del suelo, esto es más difícil de evitar porque solo para existir debemos matar. Pero vos mirá tu cuerpo y no vas a ver garras filosas y mirá tu dentadura y tus dientes no son aptos para carne y si es tan necesario comer carne anda vos y con tus propias manos matá al animal y con tus manos arrancale los órganos ¿podes?, no, no podes. Además a los animales les corresponden los mismos derechos que tenemos nosotros ya que piensan, sienten miedo, alegría, las madres cuidan a sus hijos como los cuidaría un ser humano, por eso sentirán el dolor como lo sentiría cualquiera de nosotros. No se respeta nada de la vida de los animales. Se los tiene encerrados en cámaras con capacidad de 50.000 y nunca ven el sol. Cuando vos comes un "bife de ternera" es de un animal que fue separado de su madre a los 4 días de haber nacido y los encierran en diminutas jaulas, no pueden rumiar y comer normalmente, permanecen parados y anémicos y el único momento que dejan esa jaula es para ir al matadero. Y los matan con un tiro en el medio de la cabeza, con un mazazo o con un shock eléctrico. Además para engordarlos le dan hormonas, plásticos que pueden causar producir "cáncer" cuando vos comes su carne.

¿Hay algo que exceda en fantasía y horror que el ver a una persona devorar los restos de un animal con placer y con endemoniada sed de sangre?

Cambiemos el escenario que le rodea en ese instante; mutemos su elegante cocina o su living-comedor por una cueva tupida y oscura, imaginémoslo tosco y en cuclillas en vez de sentado y viendo la TV, y dígasenos si quien deglute la carne muerta de un semejante no es un perfecto asesino. La tranquila apariencia de ese pacífico aposento no es más que el último eslabón de un extenso circuito de captura, tortura, matanza y carneo que lleva hasta su mesa los restos de una víctima inocente. Es como si una película empezara mostrando la cara sonriente y bonachona de alguien, sin indicarnos que su sonrisa es debido a la eficiencia asesina con que acaba de estrangular a una niña. Si el decorado del pacífico aposento de nuestro ejemplo fuese correlativo a los usos alimenticios de sus dueños, sus paredes debieran chorrear sangre y sus pisos chapotear pieles desolladas.

¿Por qué tanta indolencia frente a los animalicidios perpetuados por nuestra especie sobre las demás a lo largo de la historia? ¿Qué necesidad hay para ser cómplices de este holocausto?

No es de extrañar que muchos de quienes hemos abrazado el principio de que comer carne es éticamente repulsivo además de cruel y despiadado, hayamos llegado a un grado de interrelación tal con los animales que nos vuelve más deseable su compañía que la de la mayoría de las personas, siendo así amigo de los animales y ellos mis amigos. Yo no me como a un amigo, porque lo miro directo a los ojos y comprendo que es alguien sensible, y que en eso me iguala. A las manzanas, entonces, les doy un mordisco, pero a los animales un abrazo.


Mi camino interior

Cómo es ser vegetariano-frutariano en un país culturalmente carnívoro? Como es natural en un país de cultura carnívora, Argentina, mi acercamiento a las ideas vegetarianas tuvo que esperar unos cuantos años, pues nada en el medio circundante excitó nunca en mí una preferencia de ese tipo. Para gente de estas latitudes la ingesta diaria de carne es un hecho tan natural como la visión de la nieve para un habitante nórdico. ¿Por qué comía carne? Porque lo hacían mis mayores, quienes, a su vez, habían recibido idéntica transmisión cultural de sus propios mayores. Cuando en una cultura determinado sesgo goza de completa aprobación, eso significa que sus practicantes no tienen necesidad siquiera de aceptarlo, del mismo modo en que no es un tema controversial la lengua que uno va a hablar. Por lo tanto, ser carnívoro en mi país no es una idea ni una convicción, sino simplemente un modo nutricio igual a como el español es su modo idiomático. Se trata de algo que excede largamente la frontera del Bien o del Mal: pues para hablar en términos de bien o mal debe existir previamente la posibilidad de obtar. Y, como es de ver, nadie puede optar por aquello que no conoce. De hecho, jamás olvidaré la impresión de extrañeza que me produjeron mis primeras lecturas sobre el tema: ¿Que la carne no es necesaria para sobrevivir, cuando la prédica “científica” al uso me había taladrado desde niño loando las ventajas de la proteína animal sobre la vegetal? ¿Que puede evitarse la masacre de animales sin que ello conspire contra nuestra salud, cuando desde el colegio primario la única enseñanza oficial aceptada me había persuadido de que dentro de la cadena alimenticia cada eslabón estaba donde le correspondía? ¿Qué los animales no están en el mundo para satisfacer la veleidad de nuestro estómago ni para ataviar la desnudez de nuestros cuerpos, cuando la enseñanza judeo-cristiana imperante no ceja, desde la cuna hasta la tumba, de proclamar que todo lo habido en la tierra es para que la mano del hombre se sirva de ello y que “nuestro” paternal Dios así lo permite y así lo ha querido desde siempre y por siempre?

Con semejante clima adverso, ¿alguien cree posible que un niño, por reflexivo que sea, pueda siquiera sospechar la posibilidad de una modalidad nutricia diversa a la descripta? El problema estriba en que, algún día, la niñez termina. Conforme uno va madurando en tanto adulto, ha de vérselas casi siempre con un lacerante proceso de individualización interior que consiste, a grandes trazos en confirmar la validez de algunos de los postulados aprendidos, y suprimir (¡cuán dolorosamente!) muchos otros.

No hay paradoja mayor en el comportamiento humano que la de querer y tener que ser al mismo tiempo uno mismo y la tribu de uno. En lo que a mí concierne, este proceso de desgarro espiritual dió comienzo, en buena medida, con la sospecha de que no había pretexto válido para inferir sufrimiento a un ser vivo, el cual, por lo demás, veía yo capaz de cariño, de coraje, de lealtad, y en ocasiones, de regalarme una hermosura tan radiante y acabada que hechizaba mi mente. Despues de todo, ¿no era yo también un animal, esto es, un ser animado, vivo, y que sufriría, como sufren ellos, si alguien me lastima, me tortura, me aleja de mi hábitat y de mis seres queridos, y finalmente me mata, me descuartiza, y me vende para que otros me hiervan, me asen, y me sazonen?

Todas estas irritantes tomas de conciencia, que en un principio no pasaban de meras perplejidades, fue tranmutando hasta convertirse en una convicción y en una completa empatía que me forzó, llegado el momento, a hacer algo más que meditar perplejo y quejarme para mis adentros. Había llegado el momento de actuar, de poner en práctica mis nuevas ideas y de forjar argumentos capaces de incitar a otros a transitar el mismo camino. Ello significó para mí la necesidad de estudiar los temas aledaños al vegetarianismo (nutrición, leyes apañadoras de la industria cárnica y otras, opiniones de expertos, medicinas alternativas, y, sobre todo, la evidencia plena y rampante de la salud y longevidad obstentadas por muchos/as vegetarianos/as ilustres, por ejemplo mi admirado comediógrafo irlandés George Bernard Shaw. Por no hablar del esfuerzo que me demandó instruirme respecto de la posibilidad de que los cosméticos y artículos de higiene personal no costasen la vida ni el padecimiento de un animal cuyo cuerpo haya terminado como objeto de experimentación en una fría y oscura celda de laboratorio viviseccionista) si ellos, los explotadores y especistas, decidieron sacar a los animales de su hábitat natural para exhibirlos como si fueran cosas en los zoológicos, para torturarlos en los laboratorios de vivisección, para arrancarles la piel en las granjas peleteras, para mantenerlos hacinados en las granjas factoría, para divertir a personas en los circos, para dispararles en la caza como si se tratara de un mero deporte... Si ellos pudieron hacer todo eso, nosotros ahora también podemos organizarnos, luchar y liberarlos para que luego retornen al hábitat natural de donde nunca debieron haber sido arrancados, para que vivan en libertad, en paz y en armonia con la naturaleza.

luchi - frutariano@hotmail.com